El 21 de octubre se celebró el “Día Mundial del Ahorro de Energía” y los mecanismos, y medidas, que garantizan la eficiencia en esta materia son cada vez más valorados a la hora de plantear como contribuir a lograr un planeta más sostenible. “El kilowatt/hora más barato es el que no se consume”, suelen afirmar los expertos. Tal como enfatiza el reciente informe del Banco Mundial, “la eficiencia energética permite obtener tres beneficios básicos: financieros y económicos, tanto para países como para consumidores y proveedores de servicios eléctricos; climáticos y de contaminación local; además de mejorar la competitividad y generar empleo”.
“Existen ya tecnologías de eficiencia energética comercialmente viables para la generación y el consumo eficaces. El desafío consiste en difundir estas tecnologías y detectar el potencial técnico que no se desarrolla en el ámbito de negocios habitual, dadas las deficiencias que presenta el mercado, y las barreras normativas”, apunta el propio Banco Mundial. Para vencer esos obstáculos, el organismo multilateral recomienda “la fijación racional de los precios de la energía, la certeza de contar con incentivos públicos –incentivos impositivos– y la fiabilidad de las políticas” como medios para “atraer capital del sector privado hacia el sector de la eficiencia energética”. La falta de información a los consumidores residenciales e industriales sobre la eficiencia de los equipos que utilizan es el otro factor que atenta contra este tipo de políticas.
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